lunes, diciembre 11, 2006

JEJE!!!!

Las p... casualidades son más p... que casualidades.

miércoles, diciembre 06, 2006

CADA MINUTO

Todos los días tengo que decidir, cada decisión me cambia (pero el número de decisiones es inagotable, como un espiral infinito, pero distinto). Cada paso y cada minuto son todos los pasos y todos los minutos.
Las cosas que quise estuvieron siempre al alcance de mi mano y las tomé. Las cosas que deseché por tomar las que quise no valen la pena el anhelo (porque puedo tomarlas ahora, en este minuto). Soy el único dueño de mí, de mis elecciones y de mi tiempo, y saber esto es bueno.
No vale el arrepentimiento, pero sí la reflexión, que es la conciencia profunda de la necesidad del ahora.
No vale el conformismo, pero sí el balance al propio ritmo.
No vale el destino si no me apropio de él.
Resignificándome puedo hacer útil todo lo que poseí.
Apropiándome puedo vivir cada minuto.
Cuando dejé de buscarme en los otros, cada minuto fue por mí, y esto me quitó el dolor y ya no tuve que perder tiempo en sanarme...

martes, diciembre 05, 2006

Otro Nadie II

Ella era prácticamente nadie. Tan nadie como la mayoría de la gente, como nosotros.
Nadie, alquilaba un departamentito, pieza, cocina y baño, en uno de los barrios que circundan el centro comercial y administrativo de esa ciudad (que para más datos era como tantas ciudades); además tenía un trabajo que era común y corriente, ocho horas de lunes a viernes, en una oficina donde muchos como ella dejaban parte de su día entre hojas y números y pantallas. La relación entre ellos era la obvia y esperada, cordial y desatenta, frugal y superflua. Todos demostrando a todos la vigencia del status quo, retroalimentándose con la calma infundida como un bálsamo, como el beso de las buenas noches que encerrara la promesa del nuevo día.
Ella no poseía pretensiones conscientes. Sus deseos eran casi ensoñaciones leves, cuyo objeto consistía en matar el paso del tiempo. Del tiempo muerto, del no productivo tiempo, del tiempo que se iba en la espera del transporte que la llevara a la rutina de la diaria seguridad, llámese trabajo, llámese TV, llámese interrelación de ocasión o de compromiso. O, a veces, del tiempo que tardaba en conciliar el sueño en esos días en que el esquema era alterado por algún contratiempo. O también del tiempo de los domingos, en que no tenía con que pagar el sucedáneo de la diversión nimia. O del tiempo de la angustia que presentía.
Ella, nadie, no insistía en deseos, porque su vida estaba diagramada de modo en que no hubiera espacio.
Nadie no tenía pasado, ni ansiaba futuro. Todo su ser se reducía a un hoy conocido. A un hoy de familiaridades, donde cada objeto cumplía el rol de la confirmación, confirmación de que su yo individual era el que encajaba en el yo colectivo. Ella, como todos, cumplía con las obligaciones auto impuestas. Y nunca se defraudaba. Y aseguraba así que nadie fuese defraudado. Ella se permitía ser previsible hasta en lo imprevisible, Ella contaba número a número, pronunciaba letra a letra, medía minuto a minuto.
Ella tampoco era consciente de su imagen, porque no la poseía, porque sus reflejos eran otros ellas, muchos ellas, con diferencias biológicas, o de gusto, o de capacidad de consumo, o de origen, pero en el fondo la inexorable misma esencia, la ecuación final, la naturaleza humana. Pero aquella naturaleza humana ordenada y tabulada que era puesta al servicio de la existencia de la moderna sociedad. Al servicio de la existencia de la supranaturaleza, la naturaleza total, el millar de humanidades sin conciencia (individual) necesarias para la supervivencia estable y rentable. Una más, tan indispensable y tan dispensable. Porque la base de la vida social contiene la paradoja necesidad-innecesariedad, beneficio-sacrificio, civilización-barbarie; y tal paradoja se extiende a todo el sistema, desde lo orgánico a lo individual, y es aquí donde la contradicción es cancelada, y es esto logrado con la previsión de remedios para piezas defectuosas. Todo entonces está calculado y todo entonces tiene solución, y todo entonces puede seguir funcionando.
Nadie no tenía perspectiva, porque no se proyectaba, porque era nadie (o todos). Nadie tampoco conocía la instrospección, porque su mundo interior era vivido a través de la ficción artificial a la que tenía acceso en la medida de su necesidad y sin restricciones, casi sin costo también (o mejor, con costo de ficción para que parezca real).
Nadie tenía posibilidades de interacción, pero no podía crear lazos, no es que fuese necesario crearlos, porque sus deseos nacían y fenecían en ella y en cada uno de todos los demás; así entonces el output era correspondido con el input y viceversa. Debido a la vacuidad de contenido de los outputs-inputs, daba lo mismo tanto el sostén físico de la comunicación como el objeto receptor de la misma. Los mensajes eran enviados y recibidos sin alterar el contenedor, sin siquiera modificar los modos de comunicación en sí. Y esto por la previsión, y esto porque cada deseo (si acaso tenía existencia) era de sí y para sí. Y el otro se limitaba a confirmar la recepción como acto, y el requerido se transformaba luego en requirente, y el emisor en requerido.
La perfección del intercambio, aquella donde no hay residuo de conciencia.
La perfección del intercambio, donde sólo importa la confirmación del envío, donde no importa la percepción.

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